miércoles, 12 de mayo de 2010

EL ULTIMO GRAN TRUCO


Esta es la historia de Robert Lemoine, un mago que tuvo su momento de gloria, pero con el pasar de los años su fama se fue apolillando. El último tiempos de su vida terrenal lo pasó pidiendo dinero prestado, pocas veces lo podía devolver, se apiadaban de él, nadie se lo reclamaba porque lo consideraban una buena persona y. Sabían que no estaba en su mejor momento, además, cada vez concurría menos publico a sus espectáculos, el último show en el que se lo vió, podría haberlo dado en una cajita de fósforos, que aun le sobraba espacio.
En su repertorio había un par de trucos con cartas, otros tantos con monedas y unos pocos con sogas y aros; el del conejo dejó de practicarlo hace mucho porque se lo tuvo que comer en épocas de malarias. Sin embargo tenía un truco que siempre dejaba impresionados a todos sus espectadores.
A pesar de que Robert con el tiempo se había transformado en un mago mas del montón, disfrutaba de ir a ver sus shows, no me pregunten la razón, había algo que me atrapaba, me obligaba a estar sentado en la butaca mugrienta, y no era un resorte que se me quedaba enganchado en el bolsillo, tampoco era su vestuario aburrido, siempre usaba el mismo pantalón y chaqueta, ambos de color negro tirando a gris por el desgaste, con su rigurosa camisa blanca amarillenta percudida por los años, y una galera abollada, como si una vieja gorda se le hubiese sentado encima.
De carismático solo tenía la pelusa del bolsillo. Cuando salía al escenario todo era mecánicamente igual, su cara pálida y chupada cubierta con una barba de 3 o 4 días que parecía un ejército de hormigas petrificadas. Al comenzar siempre carraspeaba la voz, como si quisiera despegarse un pedazo de lechuga de la garganta, luego hacia sonar su dedos estrujándoselos, quizás para aflojar sus engranajes, tamborileaba unos segundos sobre la mesa cubierta por un mantel manchado de grasa (seguro lo usaba para comer en su casa), miraba al público con sus ojos abiertos como los de un búho somnoliento.
Al comenzar su acto saludaba al publico secamente, meneaba su cabeza de arriba hacia abajo, y hacia el ademan de sacarse la galera. Siempre abría el primer botón de su saco, introducía su mano derecha y sacaba un mazo de cartas pegajosas por el sudor de de sus dedos después de tantos años de uso. Invitaba a alguien del público a que subiera al escenario, y luego le hacía un par de trucos de adivinación de barajas, como siempre todos aplaudían, y Lemoine esbozaba una sutil sonrisa.
El siguiente truco era con monedas, ya se lo notaba algo más animado, esta vez hacía subir por lo general a un niño. Se desabrochaba la manga izquierda, se la subía; luego se arremangaba la derecha con suavidad (no era necesario desabrocharla porque hace mucho que perdió el botón), le mostraba la mano izquierda, luego la derecha, ambas estaban vacías… cerraba el puño derecho, le pedía al joven que soplara, y hacia aparecer una moneda de la nada, para luego regalársela al pequeño, con la condición de que se compre caramelos. El nene muy contento volvía a su lugar, y todo el mundo aplaudía.
Pasaban varias demostraciones de sus habilidades, siempre manteniendo su sonrisa inexpresiva, como si hubiera sido pintada sobre su palidez por el gran Leonardo.
Era momento del mejor de sus actos, el final, la desaparición, ese era el que me obligaba a mantenerme estancado en la butaca, como si fuese una ballena encallada entre los apoyabrazos. Todo comenzaba cuando Robert caminaba dentro de una caja cortinada, cerraba la tela aterciopelada de color rojo, más bien bordo por la mugre, y se comenzaba a mover para todos lados como si hubiese una estampida de animales salvajes dentro de ella, de golpe se aquietaba y caía desplomada al suelo, momento en que todos quedaban callados unos segundos por la sorpresa, y luego comenzaban a aplaudir, porque el mago ya no estaba.
El público comenzaba a impacientarse, miraban el escenario de un lado hacia el otro, hurgaban para ver donde se había escondido, no había lugar posible, tampoco existía escapatoria. Pasaba no más de un minuto, y de pronto se escuchaba toser por el fondo del teatro, todos se daban vuelta, pero no había nadie… al girar nuevamente la cabeza hacia el escenario, se encontraba erguida la tela roja, comenzaban otra vez las convulsiones para luego desplomarse sordamente sobre el piso de madera, apareciendo el cuerpo. Esta vez los aplausos eran ensordecedores, estaban acompañados por graznidos a garganta pelada.
Pero el verdadero truco, no era la desaparición y la posterior aparición, sino la nueva imagen que tenía cuando aparecía, se lo notaba limpio, rozagante, con el rostro afeitado y perfumado como la piel de un bebe, su ropa estaba planchada, con todos los botones firmes, y su galera impecable. Esta era la razón por la cual iba a cada una de sus presentaciones, me parecía increíble que pueda lograr un cambio de imagen tan rápido!.
Un día me animé, lo esperé a la salida del teatro, y le solicité que me diera clases, quería aprender cada una de sus habilidades, sobretodo esta última.
Accedió, Robert accedió. Así pasaron varios meses, hasta llegar el año, pero nunca me había enseñado el truco de la desaparición y cambio de imagen, no me lo quería enseñar, me decía que yo no estaba listo para comprenderlo, que era muy joven para eso, que debía seguir perfeccionando mis habilidades, que cuando esté preparado me lo enseñaría.
No recuerdo en cual fecha era, ni cuantos años tenía, pero un día, luego de terminar las prácticas de los mismos trucos de siempre, me dice:
- hoy es el día –apoyándome su mano amiga sobre mi hombro- , te voy a enseñar el secreto de mi gran truco final.
Yo no podía contener la emoción, sería el único que iba a conocer su secreto mejor guardado, me parecía increíble, me sentía profundamente honrado y orgulloso por eso.
- Te voy a contar –prosiguió-, prestá mucha atención, tenés que subir la tela roja con mucha lentitud y tranquilidad, cerrar los ojos e imaginarte un lugar en el que te gustaría estar, paisaje, aromas, personas, todo… y luego repetir las siguientes palabras que las tomé de un antiguo manuscrito egipcio –me entrega un papel arrugado escrito a mano- y comenzará tu viaje. No pierdas este papel, aquí están las palabras para poder regresar, viajarás a otra dimensión
- ¿Como a otra dimensión? – le pregunte asombrado, incrédulo
- Si, como te dije, otra dimensión, somos magos, podemos hacer esas cosas, la gente piensa que solo hacemos movimientos de manos, que los engañamos, pero no es solo eso, la magia existe.
- ¿Y como hace para cambiarse tan rápido, afeitarse, y todo eso? –vuelvo a preguntar-
- Querido amigo –me responde con tranquilidad-, en las otras dimensiones el tiempo pasa mucho más rápido que en esta, 1 segundo de aquí son 10 minutos de allá, tengo tiempo de sobra, ¿me comprendes?
- ¿Como otras dimensiones? –pregunto- ¿hay más de una?, ¿a cuántas fue?
- Hay miles, millones, son infinitas, visité muchas a lo largo de mi vida, pero ahora solo viajo a 2, en la primera hago una escala que es donde me cambio, baño y afeito, necesito estar listo para ir a la segunda.
- ¿Qué hay en la segunda?, ¿para qué tanta preparación? –pregunté
- Porque allí me espera una mujer hermosa, allí son todas hermosas, dulces, inteligentes y comprensivas, además saben cocinar jajaja –comienza a reír a carcajadas y prosigue- esa que nunca pude encontrar en este plano astral, así que me gusta estar presentable para ella, vale la pena el esfuerzo, ¿no lo crees?
Un día, en su último show, extrañamente desapareció… nadie lo volvió a ver.
Con el pasar de tiempo decidí montar mi propio espectáculo con los trucos clásicos de cartas, dados, sogas, etc.… hasta que un día, después de varios ensayos me animé a experimentar ese extraño truco frente al público, por primera vez vitorearon mi nombre al desaparecer… también fue la última que lo hicieron, porque decidí destruir ese papel para nunca volver.

Napoleón Enamorado, A sus órdenes

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